“Para entender el comportamiento de consumo de los hogares, claramente necesitamos retornar a estudiar a los Humanos en lugar de los Economistas. Los humanos no tienen el cerebro de Einstein (o Barro), tampoco la capacidad de autocontrol de un asceta monje budista. En su lugar, tienen pasiones, defectos, tratan varias cuentas de riqueza de manera distinta y pueden ser influenciados por retornos de corto plazo en el mercado. Necesitamos un modelo de este tipo de Humanos.” (Misbehaving: The Making of Behavioral Economics, 2015).
Este reconocimiento de las limitaciones de la caja de herramientas analíticas de la economía, y la necesidad de incorporar otros conceptos derivados de disciplinas hermanas, tiene en el Nobel al menos dos antecedentes importantes. En el 2002, el psicólogo Daniel Kahneman (israelí-norteamericano) y el economista Vernon Smith (norteamericano), recibieron el Premio Nobel de Economía por su contribución en el desarrollo de la economía experimental y del comportamiento. Smith (junto a su profesor, Edward Chamberlin, de Harvard), es uno de los pioneros en poner a prueba importantes conclusiones de la teoría económica respecto del equilibrio de los mercados y los fundamentos de la competencia, reproduciendo de manera simplificada los incentivos y estructura institucional en sencillos experimentos de clases. Kahneman (junto con Amos Tversky, también israelí), empleando métodos propios de la psicología experimental, y en donde los individuos toman decisiones hipotéticas, métodos que hoy se ven con escepticismo aún en auditorios amigables con esta investigación, incorpora de manera ingeniosa algunas de las anomalías identificadas en la toma de decisiones de los individuos, como la aversión a la pérdida, en un modelo alternativo de comportamiento resumido en su “Teoría de Prospectos” (Kahneman y Tversky, 1979). Un referente más reciente, es la entrega de este premio en el 2013 a Robert Schiller (norteamericano) por su análisis de las burbujas de mercado (incremento injustificado de precios de los activos), y en donde se pone en duda la racionalidad con la que se toman decisiones financieras, argumentando que, por el contrario, son el resultado de una irracionalidad exuberante. El trabajo de Thaler junto al de Shiller, dan soporte al nacimiento de las “Finanzas Comportamentales.”
Thaler, quien trabajó con Kahneman y Tversky desde sus inicios (verano de 1977); extiende los planteamientos de sus mentores hacia fronteras más ambiciosas, en donde no solamente desarrolla la teoría que permite incorporar nuevas regularidades e inconsistencias identificables del comportamiento humano a las estructuras matemáticas de análisis, como por ejemplo: las cuentas mentales (mental accounting), el efecto dotación (endowment effect) y la teoría dual (two selves); sino que, con su ingeniosa capacidad de comunicación, atractiva y elegante escritura, popularizó el uso de este conocimiento en aplicaciones de políticas públicas cuyo impacto continúa viendo frutos. Su libro más popular de divulgación “Nudge” (Un pequeño empujón, por su título en español), un best seller escrito con Carl Sustein, profesor de derecho en el departamento de ciencia política de Chicago, resume algunas aplicaciones ingeniosas de la economía del comportamiento y que van desde cómo mejorar la ingesta de alimentos saludables en los comedores escolares y cómo hacer que los hogares usen más eficientemente la energía, hasta alternativas de llenado de formularios de aplicación para mejorar los objetivos de política pública; por ejemplo, para donación de órganos, planes de retiro y pensiones o fondos de ahorro educativo. Esta suerte de arquitectura social y paternalismo libertario, como los denomina en su libro, no es sino el uso del conocimiento respecto de las inconsistencias en el comportamiento humano para disminuir los costos de transacción o costos cognitivos (el costo y cansancio de pensar y evaluar detalladamente las alternativas antes de tomar una decisión) y ayudar a los individuos a tomar mejores decisiones, decisiones que mejoren las condiciones de bienestar propias y del colectivo.
Thaler lo hace en su trabajo de una manera asequible, didáctica, y hasta entretenida. Una refrescante lectura frente a los densos, voluminosos, y crípticos artículos investigativos que se acostumbran en la disciplina. Con su particular ingenio, y sin reproches, Thaler anunció que gastará su premio de aproximadamente USD 1.1 millones “de la forma más irracional posible.”
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